martes, 29 de marzo de 2011

Las alarmas físicas


Han sido muchas las razones que me han llevado a enfrentarme de una vez por todas a los kilos que me sobran y entre todas ellas un grupo lo forman las que están relacionadas con el deterioro de mi salud física (de la psicológica hablaré otro día).

Como engordar es algo que sucede poco a poco, no he sido consciente de ello hasta que ha sido escandaloso lo gordo que me estaba poniendo. Entre que uno "se acostumbra" a verse relleno y que tengo una capacidad asombrosa para engañarme a mi mismo, me ha costado mucho aceptar e interiorizar que me estaba pasando y que mi cuerpo se estaba empezando a resentir. Siempre he sido consciente de los riesgos y problemas que tienen los obesos. Con leer algún periódico o ver un poco la tele es sencillo recibir el mensaje de que el sobrepeso está detrás de muchos problemas inmediatos y futuros. Ataques al corazón, diabetes, artrosis, problemas digestivos graves, problemas respiratorios, apneas del sueño, derrames cerebrales... la obesidad está detrás de muchos de ellos o los agrava en un momento dado.

Lo cierto es que estar gordo no renta a medio y largo plazo. Te acorta la vida o, si no queremos ser tan drásticos, te la fastidia todo lo que puede. Todo eso siempre lo he sabido y aún así, seguía desmelenado y comiendo de manera desordenada y abusiva. Seguramente engañándome a mi mismo con mil historias o con un sencillo velo de irracionalidad. A fin de cuentas esos males "no existen" hasta que no te pasan, siempre les suceden "a los demás".

Gracias a Dios no he sufrido, por el momento, ninguno de esos problemas.

Las alarmas de mi cuerpo han sonado por otros sitios. De hecho lo llevan haciendo desde hace un par de años pero no hay peor sordo que el que no quiere oír. Y yo, os lo aseguro, no quería oír. Pero eso ha cambiado y ahora mismo escucho nítidamente, constantemente, esos avisos.

Son varios:

- Mis articulaciones me duelen todos los días.
Especialmente los tobillos, al levantarme de la cama, me duelen un rato. Las rodillas también se quejan pero de manera más inconstante. Y mis muñecas, esas gritan cuando me levanto del suelo por estar jugando con mis hijos. Ahora mismo no puedo apoyarme sólo en una de ellas porque siento que está a punto de romperse. Es un mal síntoma, porque los tendones y los músculos memorizan el daño que sufren en la juventud y lo sacan a relucir en la madurez y en la vejez así que es probable que aunque logre un peso aceptable en el futuro me acuerde de mis kilos actuales.

- Ronco al dormir. Antes no lo hacía o, en su defecto, "respiraba fuerte" pero no todo el tiempo sino en determinados momentos del sueño. Sin embargo, ahora, en ocasiones, me despierto a mi mismo de los bocinazos que meto. O despierto a mi esposa, lo que es peor porque le fastidio el sueño a ella por un problema exclusivamente mío y que podría evitar si quisiera. Nunca me han gustado los ronquidos de los demás así que me niego a roncar yo también si puedo evitarlo.

- Me fatigo al mínimo esfuerzo. Subir más de ocho o diez peldaños me supone padecer un acelerón cardíaco. Remontar una cuesta medianamente inclinada, hacer un mínimo ejercicio, echar una carrerita para coger el autobús, montar en bicicleta... todo se ha convertido en una especia de gimkana que me pone al borde del colapso. Mi cuerpo bastante hace con llevarme de un sitio a otro así que si le exijo un poco más tiene que forzarse y me pasa factura a los pocos segundos. Y luego me cuesta un buen rato volver a un estado aceptable. Mi tasa de recuperación es bajísima.

- Sudo constantemente. Da igual si hace frío o calor. Si estoy quieto o me estoy moviendo. Si estoy abrigado si estoy desnudo. Mi estado habitual es sudoroso. Al sentarme, en apenas 5 minutos ya he empapado la espalda de la camisa. Eso me provoca una sensación de suciedad e incomodidad constante a lo largo del día. Y esa incomodidad se convierte en mal humor a las primeras de cambio. Además, estar permanentemente mojado me convierte en presa fácil de los catarros y constipados (como el que tengo ahora mismo).

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